miércoles, 9 de noviembre de 2011

A la luz de las velas

Ayer sobre las 6 de la tarde saltó la luz en toda la manzana.
Cuando la luz natural para leer y las baterías de los ordenadores se acabaron, empezamos a reunirnos en el patio.
Decían que la luz habría vuelto a las 9,30. Molestados, empezamos a buscar maneras para pasar esas horas: unas botellas de cerveza, una bolsa de papas y una grande vela.
Pronto un amigo trajo una guitarra y empezó a tocar, mientras una amiga brasileña cantaba, y todos nos quedamos en silencio escuchándolos, solo a la luz de la vela.


La luz volvió antes de lo previsto. ¡¡¡La verdad es que nos molesto!!! Habíamos encontrado una magnifica manera de pasar el tiempo y la luz rompió la magia que se había creado.
Decidimos apagarla y seguir como antes. Era una tarde demasiado hermosa para terminarla ya.
Un poquito a la vez la gente volvía a casa y se reunía en el patio con nosotros.
Compramos mas cerveza y mas papas y seguimos buscando letras y cantando toda la noche.
Empezó a llover. Solo eran algunas gotas, y no nos movimos de ahí. Estábamos contentos de este gotear, porque enriquecía la magia de la noche.
Habíamos dejado de cantar todos para escuchar una amiga que tiene una voz maravillosa.
Empezó a llover mas fuerte. Nos mudamos todos bajo el balcón, muy pegados el uno al otro, siguiendo escuchando la chica con la voz maravillosa y la chica brasileña que ya había cantado al principio.
Empezó a llover aun mas fuerte, tanto que el balcón ya no nos protegía. Entramos en la casa, manteniendo la luz apagada y la vela encendida y seguimos. Nada podía pararnos.
Nos quedamos aun un un largo rato escuchando canciones en portugués, deseando todos poder entender las letras, que nuestra amiga nos describía como maravillosas.
Cada vez que alguien iba a acostarse, nos despedíamos cantándole las dos canciones símbolo de la noche, hasta que nos quedamos en cuatro, y, cuando yo también fui vencida por el sueno, se quedaron en tres, siguiendo con la misma alegría que nos había acompañado durante horas.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Un momento de felicidad

El otro día estaba en una playa, esperando ver algunas ballenas.
Era un lugar estupendo, una larga playa desierta en Patagonia, con un tiempo perfecto, soleado y sin demasiado viento.


Estaba sentada frente al mar, viendo un par de ballenas que preparaban los cachorros para el largo viaje que, en breve, tendrán que hacer.
Era una situación perfecta, y habría debido estar totalmente en paz, relajada, disfrutando del momento, pero no podía.
Había visto una foto, antes, que me había causado mucho dolor. Tenia un peso en la garganta y una gran ganas de llorar. Y el dolor aumentaba cuando me paraba a pensar que esta foto y este dolor me estaban impidiendo de vivir un momento perfecto, de disfrutar una situación que no se si podré volver a vivir otra vez, pero no podía encontrar la manera de alejar el dolor y abandonarme en el desierto y en la naturaleza.
Algunas horas mas tarde, cuando mi amiga se fue a correr, yo decidí dar un paseo por la playa. La marea había bajado. ¡Siempre me ha encantado la playa con la marea baja!


Caminaba mas o menos a mitad entre la orilla y la carretera, pero estando lejos de las dos, por la baja marea que hacia la playa anchisima. Varias personas estaban en la playa, paseando o jugando o haciendo deporte, pero el espacio era tan grande, que me parecía estar sola.
Caminaba escuchando música y pensando en el discurso que había tenido con mi amiga durante el almuerzo.
Mas caminaba y mas me sentía bien, hasta que empecé a sentirme libre. Tenia ganas de abrir los brazos y disfrutar del espacio que tenia, y empecé a pensar en donde estaba. A darme cuenta de que estaba en América. Pensé que no había sido fácil lograrlo. Debí trabajar mucho para conseguirlo, pero lo hice. Me di cuenta de que, si he logrado esto, puedo lograr todo lo que quiero, también las cosas que ahora me asustan.
Pensé que, si las cosas hubiesen ido de manera diferente, yo no habría estado ahí en ese momento, y no me habría sentido tan libre y tan independiente de todo y de todos. Empecé a mirar a mi alrededor, quitandome los auriculares, para integrarme perfectamente con el lugar, y para admirar donde había conseguido llegar.
Cuando mi ojos llegaron al mar, vi dos ballenas justo delante de mi, a unos metros de la orilla: la madre y el cachorro. Aparecieron, después de tanto buscarlas por la mañana, cuando yo casi ni me acordaba que había hecho tantos kilómetros para verlas. Me acerqué mas a la orilla y me quedé mirándola nadar en el mar, aparecer para respirar y desaparecer otra vez en el agua.


En ese momento estuve feliz.
Creo que estas dos ballenas fuesen una siñal de que puedo llegar a lo que quiero, de que no puedo permitir a pequeñas cosas, como una foto, de ponerme triste, porque si las cosas hubiesen sido diferentes, yo no habría vivido este momento de felicidad.
Quizás habría vivido otros, pero no este.