jueves, 21 de abril de 2011

TIME

Hoy he estado en la casa de una amiga mía. Era una compañera de clase. Nos conocemos desde los 14, desde el primer día de la escuela. Nos encontramos fuera, mientras esperábamos que abriese la puerta, y nos hicimos pronto muy amigas. Nos hemos dado cuenta de que hemos pasado mas de mitad de la vida como amigas.
Pasamos la adolescencia juntas, con la típica estupidez que lleva consigo y, como todos los adolecentes, podríamos escribir una enciclopedia, contando la aventuras con los amigos.
Desde entonces muchas cosas han cambiado, sobretodo en su vida. Trabaja muchisimo, ha tenido una hija y vive con su novio. Aunque estos cambios no son recientes, yo me he realmente enterado hoy.
Hoy nos hemos acordado de muchas cosas de la escuela, de muchas de las cosas tontas que soliamos decir o hacer y de los buenos tiempos. En un momento de silencio he realizado las diferencia. Han dejado de pasarme delante las imagenes de los recuerdos y he visto, en frente a mi, mi amiga que planchaba, diciendome, en voz baja por no despertar la hija y el novio, que ya se habían acostado, que, ultimamente sale muy poco.  De repente he visto que ya es una mujer adulta con responsabilidades, con una casa que curar, una hija y un trabajo duro. He realizado que así también es mi madre, es su madre, son las madres. Nunca lo había pensado antes. Parece raro, pero suelo ver mi amiga en otras circunstancias: trabajamos juntas o, mejor, trabajo para ella y en su restaurante, la mayoría del tiempo, hay una atmósfera muy alegre. El trabajo es duro, pero siempre alguien hace bromas o cuenta historias. Siempre he visto la situación como mudanza desde los muros de la escuela a los muros del restaurante, pero con la misma atmósfera. Además me miro a mi misma: aun estoy estudiando y aun tengo ganas de salir, de divertirme, de beber, de resacas, de conquistar el mundo. No me siento ya mayor, por eso pensaba que tampoco mi amiga lo fuese, y ver la realidad ha sido raro e inesperado.